Desde el tristemente célebre pacto "Ribbentrop-Molotov", las izquierdas del planeta parece que no han tomado nota suficiente de aquel error (en la medida que lo haya sido, puesto que las afinidades colectivistas de los dos regímenes saltan a la vista de cualquier observador decente) y siguen sacando "amigos" de entre la escoria de la política.
Y no nos referimos a las versiones bananero-paleolíticas de nuestra América Latina, tales como el apoyo dado por Fidel Castro a Galtieri, sino a los actuales gobernantes de España, aliados del "Bloque Nacionalista Galego", quienes se han negado a condenar el Holocausto.
Al respecto, opina Herman Tertsch en el "ABC" de hoy que: "Por desgracia es lógico que los socialistas y la izquierda española en general callen al respecto. Esos que se irritaban por el populismo del austriaco Jörg Haider u otros líderes derechistas europeos, miran hacia otro lado ante actitudes propias del negacionismo más repugnante del nazismo que en tantos países europeos es perseguido penalmente y en todos política y socialmente inadmisible. Se lamenta Z de que no le inviten a las reuniones europeas de cierto relieve. Si sigue una legislatura más con los aliados que tiene es posible que haya países que pidan sanciones contra su Gobierno por colaboracionismo con formaciones que la cultura antinazi no está dispuesta a tolerar. Aquí sí que cuadra ese «nunca mais» —¡Nie wieder!— que es la base ética de toda la ética democrática europea desde 1945, desde que el 27 de enero fue liberado Auschwitz. Ni la Europa libre ni Israel olvidan a sus víctimas. Es un imperativo moral que a Z y sus socios les resulta inconveniente como demuestran aquí con las víctimas del terrorismo".
Sin dudas, como afirma Tetsch, el gobierno de España se expone a futuras sanciones de persistir con estas actitudes. Pero el problema reside en descifrar si este "bandeo" antisemita es propiedad exclusiva de Zapatero o es más bien una característica intrínseca del todo el sector al que él representa.
Desafortunadamente, cada vez es más difícil, dados los antecedentes (¿o deberíamos decir prontuario?) de las equívocas alianzas socialistas, que una seguidilla de barbaridades de tal magnitud se deba únicamente a líderes desconectados de su base.
Y no nos referimos a las versiones bananero-paleolíticas de nuestra América Latina, tales como el apoyo dado por Fidel Castro a Galtieri, sino a los actuales gobernantes de España, aliados del "Bloque Nacionalista Galego", quienes se han negado a condenar el Holocausto.
Al respecto, opina Herman Tertsch en el "ABC" de hoy que: "Por desgracia es lógico que los socialistas y la izquierda española en general callen al respecto. Esos que se irritaban por el populismo del austriaco Jörg Haider u otros líderes derechistas europeos, miran hacia otro lado ante actitudes propias del negacionismo más repugnante del nazismo que en tantos países europeos es perseguido penalmente y en todos política y socialmente inadmisible. Se lamenta Z de que no le inviten a las reuniones europeas de cierto relieve. Si sigue una legislatura más con los aliados que tiene es posible que haya países que pidan sanciones contra su Gobierno por colaboracionismo con formaciones que la cultura antinazi no está dispuesta a tolerar. Aquí sí que cuadra ese «nunca mais» —¡Nie wieder!— que es la base ética de toda la ética democrática europea desde 1945, desde que el 27 de enero fue liberado Auschwitz. Ni la Europa libre ni Israel olvidan a sus víctimas. Es un imperativo moral que a Z y sus socios les resulta inconveniente como demuestran aquí con las víctimas del terrorismo".
Sin dudas, como afirma Tetsch, el gobierno de España se expone a futuras sanciones de persistir con estas actitudes. Pero el problema reside en descifrar si este "bandeo" antisemita es propiedad exclusiva de Zapatero o es más bien una característica intrínseca del todo el sector al que él representa.
Desafortunadamente, cada vez es más difícil, dados los antecedentes (¿o deberíamos decir prontuario?) de las equívocas alianzas socialistas, que una seguidilla de barbaridades de tal magnitud se deba únicamente a líderes desconectados de su base.
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