Wednesday, 15 August 2007

"libertad" y "liberalismo"

La idea de libertad, lejos de ser una barrera ante el poder, se transformó en un combustible para el mismo: se cree que el pueblo realmente libre necesita la coacción política que lo libere de tantas represiones. Y los enemigos de la libertad se la apropiaron, de modo tal que todo lo socialista, desde el feminismo hasta la teología, es «liberación». El Gobierno aspira a someter aún más a los ciudadanos con la excusa de la vivienda, y su líder habla de «emancipación». Ya en los viejos procesos desamortizadores se defendió la expropiación con el paradójico argumento de que fomentaba la propiedad. Numerosos liberales decimonónicos capitularon ante una imputación que no pudieron desmontar, llamada entonces «la incuria liberal». Muy pocos resistieron. En efecto, todo invitaba a intervenir, a «hacer algo» ante los acuciantes desafíos que afrontaba una sociedad que era incapaz de solventarlos en libertad. Es más, su libertad los creaba, y por tanto debía ceder ante la «cuestión social». No importaba que la pobreza, por primera vez en la historia, cayera a ritmos muy significativos, como nunca importaron los éxitos de la libertad y sus instituciones en ámbitos diversos, desde la economía hasta la ecología, desde la salud hasta el tráfico, desde la educación hasta el urbanismo. El axioma de partida es que la libertad es sospechosa y debe probar su inocencia. Los problemas, reales o inventados, reducidos o hipertrofiados, invitan sólo a la urgencia intervencionista, aunque se trate de la petulancia de «luchar» nada menos que contra el clima, y con datos presuntamente irrebatibles que demuestran que el planeta se calienta, aunque no haya base científica para afirmarlo de modo inconcluso, aunque hace apenas cuarenta años los famosos expertos nos aseguraban que se enfriaba. Nada de esto importa. Lo fundamental es que el liberalismo resulta inaceptable por su pasividad, su modestia, su cautela. Simplemente, no tiene sentido. Pero los problemas del liberalismo no pasan sólo por la cabeza, sino también por el corazón, que está a la izquierda, como todo el mundo sabe. También en el siglo XIX, junto con la fantasía de que la inteligencia puede y debe hacer benéfica tabla rasa con cualquier institución social, se generalizó otro embuste: la idea de que el socialismo es generoso y el liberalismo egoísta.

Carlos Rodríguez Braun
(El artículo completo puede leerse aquí)

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